El agua es uno de los recursos más determinantes —y a la vez más limitantes— para la producción agrícola. En un contexto de variabilidad climática creciente y con ambientes cada vez más heterogéneos, la eficiencia hídrica se convierte en un factor decisivo para alcanzar buenos rendimientos.
La agronomía de precisión permite entender con mayor profundidad cómo se comporta el agua en cada lote: cuánta retiene el suelo, cómo infiltra, cómo drena y cómo responde ante distintos manejos. Con esa información, es posible planificar estrategias más eficientes sin ampliar superficie ni aumentar costos innecesarios.
La pregunta ya no es “cuánta agua tenemos”, sino qué tan bien estamos aprovechando cada milímetro disponible.
Conocer el suelo: el primer paso para usar el agua con eficiencia
Cada lote tiene una capacidad distinta para almacenar y disponibilizar agua. La eficiencia hídrica no empieza con la lluvia, sino con el diagnóstico del suelo: textura, estructura, compactación, profundidad efectiva y materia orgánica.
Estos factores determinan dos variables clave:
El INTA destaca que mejorar apenas un 1% la materia orgánica puede aumentar entre 17.000 y 25.000 litros de agua retenida por hectárea, un cambio que no depende del clima sino del manejo.
La agronomía de precisión permite medir estos parámetros con herramientas como penetrometría, sensores de humedad, mapas de conductividad eléctrica e imágenes satelitales, que ayudan a identificar ambientes con distinta eficiencia hídrica dentro del mismo lote.
Una mala infiltración genera anegamientos temporales, pérdida de oxígeno y estrés radicular. Un drenaje excesivo, por el contrario, reduce la disponibilidad de agua en momentos críticos.
Comprender el comportamiento hídrico del perfil permite:
Estudios del GEA–Bolsa de Comercio de Rosario muestran que el ambiente hídrico explica hasta el 70% de la variabilidad de rinde en maíz y soja.
Cuando se conoce exactamente cómo “respira” el suelo, cada decisión técnica gana precisión.
La eficiencia del agua no depende solo de la lluvia: depende del manejo.
Prácticas como la rotación de cultivos, la cobertura continua, el control de la compactación y la fertilización balanceada permiten maximizar la productividad del agua disponible.
En sistemas donde se mantiene cobertura viva o muerta, la infiltración puede aumentar entre 25% y 40%, según datos de Aapresid e INTA.
Incluso en zonas sin acceso a riego, el simple hecho de mejorar la estructura del suelo puede generar rendimientos “resilientes”, menos dependientes del clima.
El enfoque se resume así:
El agua no se puede controlar, pero sí se puede administrar mejor.
La eficiencia hídrica se potencia cuando se combinan datos y criterio técnico.
El uso de sensores de humedad, mapas de ambientes, simulaciones climáticas y análisis históricos permiten anticipar escenarios y ajustar decisiones antes de que el problema aparezca.
En APIX, este enfoque se integra dentro de una metodología que incluye:
La eficiencia del agua no es un concepto abstracto: es un indicador medible y mejorable, que depende de decisiones agronómicas precisas.
En un escenario de cambios climáticos, mayores exigencias comerciales y necesidad de producir más con menos, la eficiencia hídrica se vuelve una ventaja competitiva.
Conocer cómo responde cada lote, medir con precisión y decidir con criterio permite producir más, reducir pérdidas y sostener la fertilidad del suelo a largo plazo.